Adaptación de la entrevista: Sara Santiago
Mi nombre es Susana García, soy de Guanajuato, México y tengo 43 años. Me vine a los Estados Unidos cuando tenía 18 años. Como todo inmigrante, vi la necesidad de venir para buscar un futuro mejor para mi madre, mi hija y para mí. En ese momento mi hija María se encontraba enferma, y con lo poco que me pagaban en mi trabajo de campo no le podía dar servicios médicos. Lamentablemente, en México, si no tienes el dinero en mano, no te atienden los doctores.
Venimos a este país sin familia y sin conocidos. Recién llegada me embaracé de mi segundo hijo. Llegué a un país donde yo no sabía que podía ir a una clínica sin pagar. Tampoco sabía cómo funcionaba el sistema de salud en este país, así que llevé mi primer embarazo en sin atención médica. Ni mi esposo ni yo teníamos idea de cómo y a dónde ir por atención médica, por lo que mi hijo nació prematuro a las 24 semanas en el baño de mi departamento. Ahora mi "bebé" ya tiene 23 años y gracias a Dios está saludable.
Uno de los retos de los más grandes que me ha tocado vivir fue cuando uno de mis hijos falleció a sus 18 años. Inesperadamente le arrebataron su vida. Es un dolor que tu mente no comprende. Ha sido uno de los obstáculos más difíciles que me ha tocado vivir.
Después de pasar eso me sentí muy sola. No tenía a nadie en quién apoyarme. No tenía el apoyo de mi familia que estaba lejos, en especial de mi mamá. Cuando yo llegué como voluntaria a ROSAesROJO, mi fin era reclutar a más mamás para que participaran en el programa de bienestar y prevención de cáncer, "El Camino Rojo". Yo solo quería distraer a mi mente de aquel suceso tan triste de la pérdida de mi hijo. Estaba buscando una distracción para no pensar en mi pérdida.
Cuando iniciamos los talleres de "El Camino Rojo" entendí que aprendería a comer saludable y a pensar en positivo. Ahí fue cuando pude ver una necesidad en mí: yo tenía un claro deseo por pensar en positivo, y aprender a trabajar en mis emociones.
A la mitad de "El Camino Rojo" yo veía a mis compañeras compartir sus historias y me preguntaba: ¿Cómo es que ellas están bien? ¿Cómo es que ellas piensan en positivo? Recuerdo cómo solo el platicar con ellas me hacía sentir mejor. Realmente me contagiaron su alegría y optimismo.
Terminaron los talleres y continué con mis sesiones 1 a 1. Éstas han sido de las mejores experiencias de todo el programa, ya que aún no tenía la fuerza compartir ciertas cosas con el grupo en pleno.
Durante todo el tiempo participando en "El Camino Rojo" me sentí escuchada, apoyada y con la certeza de que podía sacar todo lo que me hacía daño. Realmente en ROSAesROJO encontré a mi segunda familia. Sabía que podía contar con ellas. Me marcaban por teléfono y me mandaban mensajes de apoyo cuando más lo necesitaba.
Agradezco a Dios por haber puesto en mi camino estos programas; agradezco a mis maestras y a mis compañeras con las que aún sigo en contacto. Ver a las demás participantes sobrellevar sus situaciones con optimismo me impulsa a seguir de pie para poder ayudar a más y más mujeres.
“El Camino Rojo” es para todas, ya sea si estás pasando por enfermedades, lidiando con una pérdida o simplemente te sientes sola y necesitas una red de apoyo. Este programa cambió mi vida. ¡Mi perspectiva a la vida dio un giro de 180 grados! La clave para salir adelante es apoyarnos las unas a las otras, y pude notar un cambio en mí cuando comencé a enfocarme en mis necesidades, y también en las necesidades de mi comunidad.
Hoy me siento capaz de cambiar vidas apoyando y acompañando a quien lo necesite. Ahora, cuando veo gente que necesita del optimismo o acompañamiento, logro animarlas compartiendo mis experiencias y aprendizajes en “El Camino Rojo” y contando como mi vida cambió para mejor.
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